domingo, noviembre 11, 2012

Crónica: El dudoso “honor” de parirle a un malandro


Crónica: El dudoso “honor” de parirle a un malandro
Las novias de los delincuentes adolescentes de los sectores populares, a veces a juro, en ocasiones violadas, y otras bajo consentimiento, coquetean con el poder y los sinlímites de los chicos.
   
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Crónica: El dudoso “honor” de parirle a un malandro
21% de los niños que nacen en el país son de madres jóvenes (Créditos: Reva)
Marianella Durán /mestilitad@gmail.com

En los barrios de Caracas, donde la violencia se desliza sigilosa por callejones de día y de noche y desvela a los adolescentes de 12, 13 y 14 años, truena una paradoja: “es un honor parirle a un malandro”, sobre todo si no es feo, viaja en moto y no es mal encarado, dice Yusmari Vargas,coordinadora del Servicio Comunitario del Centro de Estudios de la Mujer (CEM), de la Universidad Central de Venezuela. Catequizadas en la cultura machista, las jovencitas admiran a los delincuentes de su misma edad que son aguerridos, poderosos, bañados en virilidad. Importa poco si traspasan la raya imaginaria hacia lo amoral, al robar, herir, matar. A ellas les gustan. Crecieron jugando en la misma acera, fueron o no a la escuela pero sí a la bodeguita, y entre chogüís y chocolates se entramparon en una nasa de la que no es fácil salir. Son las novias, viudas de esos chicos que duran poco y que antes de partir a tocarle la puerta a San Pedro les dejan su semilla cincelada en el vientre.

Camino al liceo en La Bombilla, Petare, donde estudia Jenniffer de 17 años, todo transcurre normal. Unos muchachos tratan de subir un vehículo de baja cilindrada por unas escaleras que bordean la calle principal. Cuando estiran los brazos para enderezar el manubrio y ascender cada escalón, se asoma la punta del cañón de sus pistolas fuera del canto de la suave tela de la franela. Son cuatro forcejeando apurados para que no haya más testigos de dónde van a guardar la motocicleta, quién sabe de quién. La gente precipita el paso y ruega a Dios a que pase el jeep de la ruta troncal para no ver, no ser, no estar. Parecen temblar las piernas y acabarse la saliva, el miedo talla. Nada es anormal.

Con intensos ojos color guarapo de papelón, y bachaca por su crespo cabello amarillo lumbre, sale de clases y espera “La Flaca” en una esquinita. Chasqueando la goma del chicle, suelta que los jóvenes mala conducta de por su casa, “son chéverej”. La protegen. “Tengo amigos que son malandros.

 Son novios de mis primas y ellas se la pasan con ellos.

 Cuando va a haber algo nos avisan: ‘recójanse que vienen los del otro barrio y se van a entrar a tiros’, o también nos advierten: ‘no salgan de la escuela ahorita’. Así fue la semana pasada porque mataron a un chamo para robarle la moto.

 Ellos cuidan a mis amigas y a mí”, se glorifica la joven.

La violencia acostumbrada. En su ambiente “la violencia es una forma de existir”, según el padre salesiano Alejandro Moreno, autor de Y salimos a matar gente. Su forma de ser “es una manera de dar significado al mundo que viven (…) un modo de existencia, un estilo vital”.

De allí que “no es casual que nuestros adolescentes estén cada vez más involucrados con hechos violentos, porque de alguna manera, incursionar en ellos alimenta su masculinidad como hombres”. Se vuelven atractivos, “la imagen estereotipada que las mujeres conservamos del hombre ideal”, detalla la directora de la Asociación Venezolana para la Educación Sexual Alternativa (Avesa), Magdymar León.

Por eso, con mucha frecuencia, las jóvenes “tienen hijos de malandros, porque pueden darles un estatus en la comunidad”, dice la psicóloga, al tiempo que da fe de tres tipos de motivos en el embarazo adolescente: los que fueron forzados por los antisociales, los que se gestan en medio de relaciones consentidas y bajo un vínculo afectivo, y los que responden al ascenso en su comunidad: “no me obligó sino que quise tenerle un hijo a él”.

Dejar descendencia. 
Durante un taller de prevención de esta ONG en Petare en 2011, al rastrear las causas del embarazo adolescente surgió la interrogante: ¿alguna de ustedes se habrá embarazado de manera voluntaria? “Y una joven dijo sí. Porque mi hermano era un malandro y sabía que tenía sus días contados. Él tenía su novia de 15 años y ella quiso salir embarazada para dejar descendencia. Salió preñada y a los dos meses lo mataron. Ella está con nosotros, mi familia la quiere mucho, nosotros nos hemos hecho cargo de sus dos niños porque tuvo morochos”. 

Una vez sentada en un aula vacía prestada para la conversa, Jenniffer juega con el lápiz que agita sobre el cuaderno, y así pone los dedos en alguna parte mientras compromete sus palabras en un testimonio inédito, “supuestamente” sobre la pareja de una prima: “La quiere tener sometida, es machista… Quiere ser como su papá… Ella le dice que lo quiere, y él a ella, pero eso no es querer. Él está prohibiéndole muchas cosas, y hasta pasa en la moto por el frente de su casa con muchachas, y hasta con la mamá de su hijo, aunque ellos no viven juntos. De por sí hemos tenido problemas”, se le escapa en el verbo la conexión y las contradicciones encandilan por sí solas.

Cuando el muchacho va a buscarla a su casa para salir a escondidas de su mamá, ella le pide que deje el arma en otra parte, pero en seguida lo justifica: “eso no debe ser porque esa es su protección”.

“El malandro se enamora de ellas, más que ellas de los malandros, y comienzan a amenazarlas y seducirlas. Muchas veces las acosan y persiguen, a decirles cosas, a hacerlas sentir que pueden estar en peligro si no están con ellos, entonces aceptan escaparse con los muchachos desde los 12 o 13 años”, retrata sor Deysis Andrade después de haber visto muchas jóvenes pasar por el albergue caraqueño que dirige en la urbanización Artigas -al Oeste de la capital-, Obra Social para las Madres Adolescentes y sus hijos (Osman).

“Cuando ya están con ellos y salen embarazadas, los muchachos se aburren y empiezan a maltratarlas. Ellas se vuelven a sus casas y a algunas las admiten de nuevo, pero a otras no. Hay muchas de las que tenemos aquí que las acogen sus familias, pero ellos siguen acosándolas. Ahí es cuando consiguen una medida de protección. A ellos usualmente no les hacen nada”, reprueba la hermana de la Comunidad de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl.

Niñas madres. En este vértigo del barrio y la vida rota, Venezuela actualmente encabeza el primer lugar de embarazos adolescentes en Suramérica, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Registro que quizá se emparente con la cifra del Centro Latinoamericano de Salud y Mujer,cuando señala que sólo 1 de cada 10 jóvenes utilizan métodos anticonceptivos.

Al menos Jenniffer simula que se cuida usando pastillas, pero, según Avesa, las muchachas “no proponen el uso del condón porque pueden ser mal vistas, porque él puede pensar mal de ellas, puede creer que es una ‘corrida’, o será que podía estar enferma o que es prostituta”.

Así es como en el país existe una evolución de 20,5% en el índice de embarazos adolescentes, superior aBrasil con 18% y a Colombia con 16%, en registros de la Organización Panamericana de la Salud.

Mientras, reportes del Ministerio del Poder Popular para la Salud, publicados en 2012, detallan que 21% de todos los niños y niñas que nacen en el país son hijos de madres jóvenes, 1 de cada 5 adolescentes menores de 20 años ya es madre.

Treintaiún adolescentes y 33 niños viven en Osman, con dos embarazadas y una muchacha de 14 años con 2 niños producto del incesto. “Hemos tenido un alto índice de muchachas de las que abusaron sus propios hermanos.

 Cuando las mamás buscan el apoyo institucional, vienen aquí y se quedan con sus hijos, aprenden a cuidarlos y a trabajar para sostenerlos”. Allí las reciben de todas partes, incluso de los estados Zulia, Táchira y Miranda.

La ONG italiana Cesvi, con sede en 35 países, que brinda apoyo en la prevención de la explotación sexual a pequeñas y adolescentes, también lleva estadísticas y atiende a unas 133 jóvenes y 250 en promedio que fueron en busca de ayuda, dieron muestras de derretirse entre la pobreza y la pobreza extrema, la que obliga a las mujeres a ser como no quieren ser y a navegar como un palito en el río a consecuencia de apremiantes problemas económicos. 

Dormir pegados alienta el abuso. Arriba en el cerro, “consigues hacinamiento. Por lo general, las niñas y niños duermen con adultos, con parejas. Duermen pegados dos o tres, entre la mamá y el padrastro, y cuando es así, que te pegas al cuerpo de otro, hay confusiones de límite e identidad”, describe la coordinadora de la Defensoría de los Niños, Niñas y Adolescentes del Municipio Sucre, Helen Ruiz.

Bajo esas circunstancias es alto el índice de “abuso por parte del agresor que vive con la víctima. Tenemos que 35% de los abusos intrafamiliares los perpetran un padrastro o un padre”, comenta Gabriel Bertani,quien se desempeñaba como director de Cesvi.

Eriza el cuerpo lo que sale de la boca de Rosmari -también nombre figurado y estudiante de 9º grado en el mismo liceo de Jenniffer: “Nunca me habían preguntado cómo me siento y yo soy muy infeliz”. Tiene apenas 15 años, corta de estatura y pelo largo lacio, de mejillas rosadas y dientes pequeños con gruesa encía. “Mi padrastro siempre me pega y mi mamá nunca le para a eso. Él siempre la quiere pagar conmigo. A mí me han metido muchos temores de él. Porque me han dicho que hay padrastros que quieren violar a las niñitas. Es muy celoso conmigo y miraba muy feo a un noviecito que llevé a la casa y que tuve que dejarme de él”.

El papá de sus hermanos menores finge que trabaja y guarda un arma en el escaparate de su cuarto. “Yo siempre me la paso aquí en el colegio, él siempre está pendiente de mí. No niego eso porque me gusta que se interese por mí, porque siento que me quiere, pero lo que no me gusta es que me trata demasiado mal. Me revisa los mensajes en el celular que me regaló mi papá de verdad. Me da hasta patadas. Siento que mi mamá le tiene miedo”. 

Quiere ser médico forense pero cree que no va a poder; un día, cuando desafió a la pareja de su madre con que se iría a vivir a la casa de su progenitor biológico, el padrastro le sugirió que le iba a pasar “algo” si cumplía su palabra.

Desertar es morir. En Cesvi también registraron tres casos donde el novio abusó de las adolescentes y que pronto se convirtió en explotación sexual. Cuando es así, “la joven es sometida, y a su edad no podemos decir que esté consciente de su situación. En ocasiones les prometen ropa, dinero o un celular, y por su precariedad económica no podemos hablar de conciencia. Habían sido primero sometidas a un abuso, además, por varias personas, una banda en su comunidad.

 Luego esto fue utilizado para coaccionarla, amenazarla en contra de su familia o para lesionar su reputación con videos o fotografías”, identifica el especialista como uno de los contextos hallados en las chicas que acuden a sus centros en Caracas.

“El día que tratan de salir, funciona como la mafia, y aquella que quiere desertar podría ser ajusticiada. Están bajo amenaza de muerte. Ellas no tienen opción y es posible que usen drogas pero no como un uso recreativo, sino como para hacerse tolerantes ante su situación”, subraya.

En los Anuarios del Ministerio del Poder Popular para la Salud entre 2004 y 2009, se repitió el mismo patrón: el asesinato de jóvenes de 15 a 24 años, y de mujeres de 25 a 44 años. 

Una trilla retorcida a la vista de cualquier espectador que contraría todo juicio, y más, al ver que “las mujeres seguimos buscando una pareja que no es de igual a igual sino que debe ser superior a mí. Al hombre se le dice búscate a una mujer que te atienda y a la mujer se le dice búscate a un hombre que te mantenga. En Venezuela, además, existe un valor sobre la belleza, que debemos ser atractivas para levantarnos al chico que nos va a mantener, al más importante, y quién puede ser el más importante en una comunidad donde existe un alto margen delictivo: el malandro; porque aunque puedo decir que está en malos pasos, me está cuadrando con el modelo masculino de hombre valiente, poderoso, audaz y atrevido”, y eso, según León, puede hechizar a cualquier muchacha adolescente. 

mestilitad@gmail.com 

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