Les voy a contar una historia que me pasó recién cumplía 16 años, fue en el Palacio Presidencial de Miraflores, en Venezuela. En aquel momento tuve el honor de ser condecorado con la Orden "José Félix Ribas" por méritos deportivos y rendimiento académico, y a tal efecto estaban previstos dos actos: el primero, una reunión del grupo de condecorados con el presidente de la república en Miraflores, y el otro acto de condecoración en la ciudad de La Victoria, Estado Aragua, en el marco de la celebración del aniversario de la Batalla de La Victoria.
1988 era un año electoral, de elecciones presidenciales. Casi inmediatamente después de recibida la notificación de que se me iba a condecorar, recibí sendos telegramas de los principales candidatos en disputa, Carlos Andrés Pérez y Eduardo Fernández, en términos muy amigables. Los telegramas me los llevaron al salón de clases, imaginen la sorpresa.
El primer inconveniente que se presentó fue de índole económico, mi papá venía de ser incapacitado con un porcentaje mezquino de su salario y la economía familiar no andaba muy bien y no alcanzaba el dinero para hacer el viaje. La directora del liceo ofreció una ayuda y en broma me pidió que le solicitara al presidente cuando lo viera, pupitres para nuestro liceo. Estábamos muchos viendo clases en pupitres para niños y otros en el suelo.
Acompañado de mi papá fui al palacio de Miraflores; temía que a mi papá no lo dejaran entrar, pero al final entramos sin problemas. Nos hicieron pasar al salón de consejo de ministros. Llegamos entre los primeros, por lo que tuvimos que esperar un rato que aproveché para observar los objetos que tenían en las paredes. Me llamó especialmente la atención un fragmento de roca lunar donado por el gobierno de los EEUU (ahora pienso que debe tener un micrófono adentro). Mi papá y yo mantuvimos varias conversaciones, algunas de ellas que ciertamente no eran afines a la ideología del gobierno de turno y que pudieran calificarse ligeramente antisistema, pero nada del otro mundo.
Empezaron a llegar los condecorados y demás invitados y me mandaron a sentarme en las sillas reservadas para los ministros en la mesa del consejo de ministros. Sin darme cuenta me senté en una silla un poco más grande y al rato me mandaron a buscar otra silla, me había sentado en la silla presidencial. A esas alturas ya casi todas las otras sillas estaban ocupadas, así que quedé sentado bien atrás. Entró a la sala el presidente Jaime Lusinchi, muy bonachón, muy simpático, dió un pequeño discurso y empieza a nombrarnos uno a uno a los condecorados para que dijéramos unas palabras. Mi papá estaba alejado de mi cerca que dos de los encargados del acto, los ministros Carmelo Lauría y Carlos Croes quienes estaban vorazmente engullendo todos los sanwiches y pasapalos que se supone que eran para los condecorados. Lusinchi termina de nombrar a todos los condecorados menos a mi y mi papá advierte a Lauría y Croes y estos le replican que yo no había venido: ¡claro que si vino, el es mi hijo! les respondió mi papá y fueron a avisar del fallo para que pronto Lusinchi me mencionara con los elogios respectivos.
Y la mesa quedó servida...
Ya había estado preparando mentalmente mi discurso: agradecí al presidente por sus palabras y por la condecoración, felicité a los otros condecorados y dije que iba a aprovechar la oportunidad para hacer una sugerencia y una petición...
La sugerencia era que en las próximas oportunidades que se hiciera entrega de la condecoración, se tuviera en cuenta el pagar viáticos para los condecorados que veníamos del interior del país. Ya yo había hablado con otros condecorados y me habían manifestado que ellos habían tenido dificultades económicas para el traslado, en especial un miembro de una etnia del amazonas que iba a ser condecorado por rendimiento estudiantil... Se escuchó un murmullo y unos aplausos...
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Luego expliqué la petición, les expliqué la situación que estaba viviendo mi liceo con lo de los pupitres y pedí que se solucionara el problema. Lusinchi le dio un revirón a la ministra de educación. En ese momento el salón de consejo de ministros empezó a aplaudir rabiosamente y Lusinchi me felicitó por la iniciativa y me prometió que los pupitres iban a ser enviados.
Cuando nos paramos todos salieron a felicitarme (a mi en realidad no me parecía gran cosa), vino toda la prensa hacia mi a hacerme preguntas, vinieron unos tipos a disculparse conmigo porque los viáticos si se habían dado (a mi nunca me los dieron, ni antes, ni después), me llegó el micrófono de una de las radios más populares del país y di un discurso en directo como de 10 minutos como ejemplo de la juventud. Intentaron que diera unas declaraciones directamente a favor del gobierno de Lusinchi que muy diplomáticamente eludí. Comprendí, que todo aquello era un circo para incitar a los condecorados a hablar bien de la gestión presidencial. Otros, como la judoka Natacha Hernández también se dieron cuenta, ella habló genial, verdaderamente, les echó un balde de agua fría en la cara. Yo, a pesar de haber visto el circo (que medio les había echado a perder) igual me sentía en la gloria, hasta que..... hasta que vinieron unos tipos con cara de policías y me detuvieron.
Si, increíblemente, de la gloria, pasé a estar aislado con 4 policías que me acusaban de ser un guerrillero. Mi delito era el mismo por el que me habían aplaudido minutos antes (presidente y todos los ministros incluidos). Además, yo era un chamo con 16 años recién cumplidos que iba a ser condecorado, no sé que les pasaba. ¡Qué susto!. Me preguntaba si tenía que ver con la conversación que había tenido previamente con mi papá y me preocupaba por él. Afortunadamente, Lusinchi preguntó por mi y apuraditos llegaron unos tipos diciendo que el presidente me había mandado a buscar. Uffff, me salvé.
Me llevaron donde estaba brindando el presidente y este me abrazó y me hizo el comentario de que así eramos los orientales, batalladores. Para cerrar la sospecha de si yo era guerrillero le pedí a Lusinchi su autógrafo y este me escribió en un papelito con letra de médico: Mandaremos los pupitres. Le pedí otro autógrafo para llevárselo a una amiga adeca y escribió una dedicatoria en otro papelito. Me regaló un libro de Augusto Mijares sobre Bolívar y hablamos un rato.
Al final de esa aventura, mi papá me invitó a comer donde los hermanos Riviera. El día siguiente llamaron al liceo de parte del presidente de la república preguntando cuantos pupitres hacían falta, la directora dijo 300 y mandaron 300 pupitres nuevecitos y de nuestro tamaño. Confieso que por un momento pensé pedir que por gracia presidencial le dieran a mi papá su pensión completa, que bien se la merecía, pero tenía un compromiso con lo de los pupitres y no se trataba de pedir algo para uno mismo ni para mi familia. Hice lo correcto.
El día siguiente era el acto de condecoración y allí me perdí en la ciudad de La Victoria. Ese es otro cuento que algún día contaré.