No está para bromas
A Benedicto XVI no le gusta ser objeto de sátira. O no les gusta a sus colaboradores, empezando por su secretario, padre Georg Genswein, y siguiendo por los obispos italianos. El diario de la Conferencia Episcopal, Avvenire, publicó el sábado un editorial en el que llamaba “cobardes” a los humoristas que “ridiculizaban a las personalidades católicas”, y el martes fue el propio padre Georg quien declaró que las bromas carecían de “altura intelectual” y no resultaban aceptables.
El diario episcopal mencionaba en su condena a dos humoristas italianos: Maurizio Crozza, que imita al Papa en un programa televisivo, y Rosario Fiorello, que ha introducido en su programa de radio, como personaje habitual, a un falso padre Georg. Si lo que hace Fiorello en Viva Radio2 no es aceptable, nada lo es. Porque los chistes del padre Georg son blancos, blanquísimos. Fiorello, un humorista amable, ni siquiera se adentra en la burla. Hace (hasta ahora: ayer no lo hizo) una supuesta llamada diaria al joven (50 años) y apolíneo secretario del Papa, muy aficionado al deporte, y siempre le encuentra en una cancha de tenis, escalando una montaña o jugando a fútbol sala con varios cardenales.
Entre las cosas más audaces que ha dicho Fiorello cuando imita al padre Georg figuran frases como las siguientes: “El Papa ha empezado a fumar. Sí, tres paquetes diarios. Fuma como un turco. Pero es sólo para prepararse para el viaje a Turquía”. O: “Después del partidillo de fútbol iremos a cenar a un restaurante nuevo que han abierto en el Vaticano. Se llama La Última Cena. No está mal, porque pides pescado para uno y comen 20″.
Crozza, en su programa televisivo de La7, resulta un poco más ácido. Imita a un Ratzinger hosco y un poco mezquino, envidioso del prestigio de Juan Pablo II y con un arma bajo la mesa para disparar a las palomas, “esos fichos que molestan a la guente que trafaja”. Evidentemente, los humoristas exageran también el pesado acento alemán de Ratzinger y Genswein.
El padre Genswein dijo el martes, en unas declaraciones a la agencia ADN Kronos, que las imitaciones debían “acabar de inmediato”, y precisó que él no las había visto ni escuchado nunca porque no eran “constructivas”. Luego añadió que “esperaba olvidarlas”. Horas más tarde desmintió haber hablado con ADN Kronos, pero admitió que había condenado las imitaciones en una conversación telefónica con “una fiel católica”. Elena d’Avolio, periodista de la agencia, aseguró que se había identificado ante el padre Georg, con quien ya había conversado otras veces. Antes de la final del Mundial de fútbol entre Alemania e Italia, el secretario del Papa declaró a D’Avolio que Benedicto XVI, seguidor del Bayern de Múnich, tenía “el corazón tan grande” que durante el partido apoyaría a los dos equipos.
Otros dirigentes de la Iglesia condenaron también las imitaciones que, según dijeron, no habían visto jamás. El cardenal Paul Poupard comentó que la sátira sobre el Papa era “ofensiva contra la persona”. El cardenal Walter Kasper opinó por su parte que no se podía permitir “el daño a una persona de tanta autoridad”. Otro que se sumó a las críticas fue el historiador Paolo Prodi, uno de los hermanos mayores del presidente del Gobierno italiano, Romano Prodi. En declaraciones al Corriere della Sera, Paolo Prodi vino a decir que las sátiras contra el Papa, con una tradición más que milenaria en Roma, tenían mérito siglos atrás, cuando el humorista se arriesgaba a la condena a muerte. En un comentario, La Repubblica condenaba las condenas, pero resaltaba que ningún humorista italiano se atrevía a hacer bromas sobre Mahoma.
Quizá los tiempos están cambiando. Porque Juan XXIII contaba chistes sobre sí mismo. Sin ir tan lejos, Juan Pablo II nunca se quejó de una viñeta o de una imitación. Rosario Fiorello, uno de los condenados por ejercer la sátira, prefirió no hacer comentarios. El otro, Maurizio Crozza, sugirió que en adelante se aplicaría la autocensura.
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