martes, febrero 19, 2008

Falacia Ad-Hominem

Es como si estuviera de moda utilizar la Falacia Ad-Hominem. Lógica para todos!


Argumentum ad hominem

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Un argumento ad hóminem o argumentum ad hominem (en latín, ‘dirigido a la persona’), es un tipo de razonamiento que se construye a medida de la persona a quien se dirige, apoyándose en las convicciones del interlocutor. No debe confundirse con la falacia ad hóminem, que no pretende argumentar sino atacar o descalificar al adversario.

Los clásicos denominaban al argumento ad hóminem con la expresión argumentum ex concessis, es decir, que usa en su favor los argumentos aceptados o concedidos (ex concessis) por el interlocutor. Fue Locke (creador de los argumentos en ad) quien lo renombró como ad hominem. Sócrates, por ejemplo, lo empleaba continuamente. Un ejemplo muy conocido es el de Tito Livio refiriéndose a la forma en que Aníbal persuadía a sus hombres:

Aníbal [tras cruzar los Alpes], empleó toda clase de exhortaciones para animar aquélla confusa mezcla de hombres que nada tenían en común, ni la lengua, ni las costumbres, ni las leyes, ni las armas, ni los trajes, ni el aspecto ni los intereses. A los auxiliares les habló de alta paga por el momento y ricos despojos en el repartimiento del botín. Hablando a los galos, avivó en su ánimo el fuego de aquel odio nacional y natural que alimentaban contra Roma. A los ojos de los ligures hizo brillar la esperanza de cambiar sus abruptas montañas por las fértiles llanuras de Italia. Asustó a los moros y númidas con el cuadro del cruel despotismo con que los abrumaría Masinissa; y dirigiéndose a los demás les señalaba otros temores y otras esperanzas. A los cartagineses habló de las murallas de la patria, de los dioses penates, de los sepulcros de sus padres, de sus hijos, de sus parientes, de sus esposas desoladas.

Tito Livio, XXX

Por ejemplo, como señala Schopenhauer parafraseando a Aristóteles, si el interlocutor «es partidario de una secta con la que no estamos de acuerdo, podemos utilizar contra él las máximas de esa secta como principia».[1]

Los tratadistas consideran que el argumento ad hóminem es un recurso que se utiliza con fines prácticos (en discusiones filosóficas, jurídicas, políticas, etc.) siempre que se pretende persuadir a alguien de algo, lo cual exige compartir con el auditorio algunas de las premisas, aunque sea de forma solo teórica:

Las posibilidades de argumentación dependen de lo que cada uno está dispuesto a conceder, de los valores que reconoce, de los hechos sobre los que señala su conformidad; por consiguiente, toda argumentación es una ar­gumentación "ad hominem" o "ex concessis".

Chaim Perelman

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Falacia ad hóminem [editar]

La falacia ad hóminem consiste en intentar descalificar personalmente a un adversario, en lugar de refutar sus afirmaciones. Una falacia ad hóminem tiene esta estructura:

  1. A afirma B;
  2. Hay algo cuestionable acerca de A,
  3. Por tanto, B es falso.

Los argumentos positivos acerca de la persona se describen en recurso a la autoridad.

El argumento ad hóminem es una de las falacias lógicas más conocidas. Tanto la falacia en sí misma como la acusación de haberse servido de ella se utilizan como recursos en discursos reales. Como una técnica retórica, es poderosa y se usa a menudo —a pesar de su falta de sutileza— para convencer a quienes se mueven más por sentimientos y por costumbres acomodaticias que por razones lógicas.

Uso [editar]

Una falacia ad hóminem consiste en afirmar que un argumento de alguien es erróneo sólo por algo acerca de la persona, no por problemas en el argumento en sí. El mero hecho de insultar a una persona dentro de un discurso —de otro modo racional— no constituye necesariamente una falacia ad hominem. Debe quedar claro que el propósito del ataque sea desacreditar a la persona que está ofreciendo el argumento y, específicamente, invitar a los demás a no tomar lo que afirma en consideración.

No todos los argumentos ad hóminem son negativos. Es posible argumentar que algo es cierto por quién lo afirma (argumento de autoridad).

Validez [editar]

El argumento ad hóminem es falaz cuando se aplica a la deducción, y no a la evidencia (o premisa) de un razonamiento aunque se puede aplicar tanto a la deducción como a la evidencia por medio de la persuasión.

Puede dudarse de una prueba o rechazarla dependiendo de su origen por razones de credibilidad, pero dudar o rechazar una deducción basándose en su fuente es la falacia ad hóminem.

Las premisas que desacrediten a una persona pueden existir en razonamientos válidos, cuando la persona criticada es la única fuente de una prueba usada en uno de sus argumentos. Se puede aplicar tanto a la deducción como a la evidencia por medio de la persuasión

Subtipos [editar]

Se identifican tres variedades tradicionales de la falacia ad hóminem: ad hóminem abusivo, ad hóminem circunstancial y tu quoque.

Ad hóminem abusivo [editar]

El ad hóminem abusivo (también llamado argumentum ad personam) a menudo consiste en un simple (y normalmente inmerecido) insulto al oponente, pero también puede implicar la mención de fallos de carácter o acciones discutibles. La razón por la cual es falaz es que, normalmente, los insultos e incluso los defectos del oponente no afectan a la veracidad o al soporte lógico de sus afirmaciones.

"Usted no puede afirmar que mi acción es inmoral porque ha estado en la cárcel".

El hecho de que alguien haya estado en la cárcel no convierte en morales las acciones de su interlocutor ni le impide denunciarlas, y ambos hechos carecen de relación entre sí.

"Juan dice que Miguel es un estafador".
"¿Juan? Mira, ese mejor se calla, que yo lo he visto detrás de las niñas del instituto".

El hecho de que Juan se sienta atraído por las jovencitas no invalida su argumento de que Miguel sea un estafador, y ambos hechos carecen de relación alguna entre sí.

Ad hóminem circunstancial [editar]

El ad hóminem circunstancial implica mencionar que alguien se encuentra en una circunstancia en la cual está predispuesta a tomar una determinada posición. Esencialmente consiste en atacar la neutralidad del interlocutor. La razón por la que es falaz es que las predisposiciones del oponente no afectan a la veracidad de sus argumentos desde un punto de vista lógico.

"Las compañías de tabaco se equivocan cuando dicen que fumar no afecta seriamente tu salud, porque sólo están defendiendo sus negocios multimillonarios."

El hecho de que estén defendiendo sus negocios no invalida automáticamente sus afirmaciones, cuya falsedad debe ser demostrada mediante pruebas científicas.

"¿Pedro dice que las condiciones de trabajo son peligrosas? ¡Qué va a decir ese, si es un comunista!"

El hecho de que Pedro sea comunista no invalida su argumento de que un determinado trabajo sea, en efecto, peligroso.

Es importante distinguir entre un razonamiento racional y uno correcto según la lógica. Estos razonamientos no son correctos si se mira estrictamente su lógica.

Tu quoque [editar]

Artículo principal: tu quoque

Tu quoque (literalmente, "tú también") puede denominarse también como el "argumento de la hipocresía". Se produce cuando una afirmación se descarta o bien porque es inconsistente con otras afirmaciones que ha hecho el interlocutor o bien porque es insconsistente con sus acciones.

"Dices que los aviones vuelan por leyes físicas, pero no es cierto, porque antes decías que lo hacían mediante la magia."

El hecho de que antes haya dicho que los aviones volaban por medio de la magia no niega la situación de la nueva afirmación en la cual se argumenta que vuelan por leyes fisicas.

"¿Y tú me dices que beber es malo? ¡Si son las ocho de la mañana y ya estás como una cuba!"

El hecho de que alguien esté borracho o sea un alcohólico no invalida, desde un punto de vista estrictamente lógico, el argumento de que beber alcohol en exceso es malo para la salud.

Referencias [editar]

  1. Arthur Schopenhauer, El arte de tener razón, Alianza Editorial, Madrid, 2004, pág. 40.

Bibliografía [editar]

  • Ricardo García Damborenea, Uso de razón, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000.
  • Arthur Schopenhauer, El arte de tener razón. Madrid, Alianza, 2004.
  • Chaim Perelman y L. Olbrechts-Tyteca, Tratado de la argumentación, Madrid, Gredos, 1989.

Véase también [editar]





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