jueves, julio 10, 2008

Pobrecito el marido de Ingrid

“Amor de Ingrid pudo haberse acabado”

Texto: Agencias Bogotá

“Yo voy a rehacer mi vida. Quiero trabajar”, dijo. “Esperaba un fuerte abrazo”, opinó refiriéndose al momento del rescate. Confesó diferencias con su suegra Yolanda Pulecio.

Tras más de seis largos años de ausencia para Juan Carlos Lecompte su reencuentro con Ingrid Betancourt no fue lo que esperaba. “Mi sueño era un abrazo de tres o cuatro minutos”, dijo Lecompte, abrazo que no se dio, al menos en público. El hombre que la esperó durante más de 2.000 días es sensato y asegura: “El amor por mí pudo habérsele acabado en la selva”.

En entrevista con el diario El Tiempo, de Bogotá, habló de sus sentimientos luego de la liberación de su esposa y desmiente rumores sobre las causas del distanciamiento.

—¿Es cierto que a usted lo bajaron del avión que condujo a Ingrid a Francia?

—Eso no es verdad. La determinación de que yo no iba a acompañarla a Francia la tomamos conjuntamente a las cinco de la mañana del jueves. Ella me había contado que quería estar con sus hijos, porque siente cierta culpabilidad de no haberlos visto crecer.

—Usted, que fue muy activo estos seis años para la liberación de Íngrid, se encontró muy pronto con diferencias que surgieron con Yolanda y con Astrid, la hermana de Íngrid. ¿En qué consistieron?

—Cada cual tiene sus métodos. Yo hice y dije cosas que no fueron de gusto para la familia. Por ejemplo, lanzar las fotos de los niños desde el avión. Ella no recibió ninguna, pero cuando llegamos a la casa de mi suegra y le mostré unas fotos actuales de ellos antes de que los viera al otro día. Se emocionó muchísimo.

—¿Sintió que lo maltrataron por esas diferencias en los primeros momentos del reencuentro con Íngrid?

—Sí, ese día me maltrataron, pero me maltrataron más durante el secuestro. Y viéndolo bien, nunca tuve una buena relación ni con la mamá ni con la hermana. Durante el secuestro se armaron dos bandos en los últimos años: uno, Yolanda y Astrid, y el otro, Fabrice, los niños y yo.

—¿Cómo había soñado el encuentro?

—Me siento muy feliz con su rescate, pero debo admitir que yo esperaba otra cosa. Esperaba un fuerte abrazo, nada de besos, porque estábamos en público.

—¿Y no hubo un fuerte abrazo?

—No hubo un fuerte abrazo. Ahí me puse a un lado, con mucha dignidad. Jamás he sido protagonista en la vida pública de Ingrid.

—Hoy no están separados, pero tampoco están juntos. ¿Entonces, qué va a hacer ahora? ¿Se va a quedar esperándola?

—Yo voy a rehacer mi vida. Quiero trabajar en lo que a mí me gusta que es la publicidad. Pero quedan otros secuestrados, y ojalá yo pudiera seguir ayudando. Y que lo haga también Ingrid, con esa notoriedad que tiene.

—Usted está feliz porque ella está feliz. ¿Cuándo piensa ser feliz por usted mismo?

—Pues es una situación complicada en la que estoy. No debo descartar que se haya acabado todo con Ingrid. Puede pasar. No solo lo pienso ahora, sino desde antes. El amor por mí pudo habérsele acabado en la selva. ¿Y qué puedo hacer yo? Mientras ella se organiza, se pone al día, hay que darles tiempo a las cosas. Si ya la esperé seis años y medio....

—¿Planea empezar a reconstruir su vida sentimental con alguien más?

—No, no. Todavía no.

—¿Pero hoy de quién depende la decisión de conservar ese matrimonio?

—No solo Ingrid, yo también he madurado un secuestro. Voy a retomar mi vida.

—¿Usted salía con una mexicana?

—Fue un chisme que me inventaron. Y llegó hasta Francia, por lo que los niños en una oportunidad me recibieron un poco fríos. Pero yo les dije: “Vengan para acá, esto es así, y así, y listo". Y también me inventaron algo con una prima de ella. Chismes hay los que usted quiera. Y ella allá en la selva debió enterarse. Hasta donde yo oí, la mamá, que era su cordón umbilical, nunca me mencionó, pero me han contado que a veces le decía a Ingrid que yo la había desilusionado, defraudado.

—Usted también estuvo secuestrado todos estos años. No podía ser feliz, porque no se hubiera visto bien. Ni infeliz, porque la vida tenía que seguir. Ni salir con una amiga, porque era chisme seguro. ¿Fue una vida en interinidad?

—Sí. Entré a formar parte y a trabajar casi tiempo completo en una empresa que se llamaba familiares de secuestrados, donde uno ejerce una labor muy ingrata y desagradecida. Se vuelve el leproso de las fiestas. Esa empresa cerró, se quebró y yo me quedé sin empleo. Pero tengo una vida, tengo que trabajar, tengo que producir. Yo cumplí en la espera y ahora voy a seguir mi vida.

—¿Cree que esa interinidad de su vida acabó ya?

—¡Uff! Ya terminó. Ver a Ingrid feliz me hace feliz. Pero no hay felicidad completa, porque en este momento quisiera estar con ella. Anoche hablamos, Fabrice me llamó y me la pasó. Es un detalle de él. Y ella, como si nada hubiera pasado. Estoy confundido, no sé qué pensar.

—Hoy no están separados, pero tampoco están juntos. ¿Entonces, qué va a hacer ahora? ¿Se va a quedar esperándola?

—Yo voy a rehacer mi vida. Quiero trabajar en lo que a mí me gusta que es la publicidad. Hay proyectos que están apareciendo, amigos que me quieren ayudar, quiero ser productivo, pero quedan otros secuestrados, y ojalá yo pudiera seguir ayudando. Y que lo haga también Ingrid, con esa notoriedad que tiene. Con esa creatividad que la caracteriza ojalá se le ocurra algo para destrabar este tema ahora que tiene los ojos del mundo encima.

—Supongo que lloró mucho durante estos años. ¿Después del rescate de Ingrid y por la forma como han sucedido las cosas, ha llorado nuevamente?

—No he llorado. El amor también es ver feliz a tu pareja aunque no esté contigo. Anoche me dijo que dormía con sus hijos uno a cada lado, y que se levantaba por la noche y los besaba.

—Usted está feliz porque ella está feliz. ¿Cuándo piensa ser feliz por usted mismo?

—Pues es una situación complicada en la que estoy. No debo descartar que se haya acabado todo con Ingrid. Puede pasar. No solo lo pienso ahora, sino desde antes. El amor por mí pudo habérsele acabado en la selva. ¿Y qué puedo hacer yo? Mientras ella se organiza, se pone al día, hay que darles tiempo a las cosas. Si ya la esperé seis años y medio....

—¿Planea empezar a reconstruir su vida sentimental con alguien más?

—No, no. Todavía no.

—¿Pero hoy de quién depende la decisión de conservar ese matrimonio?

—No solo Ingrid, yo también he madurado un secuestro. Voy a retomar mi vida, a ver qué proyectos hay de trabajo, y encarretarme en ello va a ser mi desfogue. Ella sabe donde estoy el día en que quiera volver. Pero, mientras tanto, y aunque eso no suceda, con Ingrid o sin ella mi vida va a seguir de la manera más normal que pueda. ¿Y sabe qué me gustaría? Que esta fuera mi última entrevista. Quiero quitarme de encima el morbo de los medios.

—En los últimos meses usted fue muy duro con el Gobierno. ¿Hoy qué piensa del Presidente Uribe?

—Se lo contesto con un ejemplo: si usted me quema el carro, y después salva a mi papá, yo le agradezco que lo haya salvado, pero sí le digo que se portó como un cerdito al quemar mi carro. Ya el tiempo se estiraba mucho, Uribe lleva seis años en el poder y nada pasaba. Pero ante ese operativo tan impecable, solo tengo agradecimiento.

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