miércoles, agosto 22, 2007

Muere Joybubbles, reverenciado como el primer pirata informático

Tomado de: Aporrea.org



Un niño ciego de 9 años, llamado Joe Engressia, descubrió en 1957, por simple casualidad, que podía emitir silbidos a 2.600 hercios, idénticos a los de las señales telefónicas. Ese niño, considerado hoy una leyenda, el precursor de todo el movimiento hacker, reverenciado por su habilidad para manipular las líneas y llamar a cualquier lugar sin pagar un duro, murió por causas naturales el 8 de agosto en la ciudad norteamericana de Minneápolis. Su carnet de identidad aseguraba que había cumplido 58 años, pero él llevaba tiempo con la edad petrificada.

Un buen día, cuando rondaba los 40, Joe Silbidos Engressia miró hacia atrás y, al rememorar los abusos sexuales que había sufrido durante sus años en una escuela para invidentes, se dio cuenta de que no había tenido ninguna infancia y que ya era hora de que empezara a tener una, así que hizo dos cosas: se rebautizó como Joybubbles (Burbujas Alegres) y proclamó que en adelante tendría 5 años. Para siempre.

Por entonces, Joybubbles ya había aparcado su rol como agitador del sistema telefónico, ya era rara la vez que silbaba a 2.600 hercios, un don que le había permitido, por ejemplo, dar la vuelta al mundo saltando de una centralita a otra, de una ciudad a otra, de un país a otro, de un continente a otro, para acabar llamando al teléfono que tenía al lado y responderse a sí mismo, comprobando cuánto tiempo tardaba su voz en recorrer la Tierra. Por esta extraordinaria aptitud, el cofundador de la casa Apple, Steve Wozniak, dijo en sus memorias que había sido una de sus más tempranas influencias.

Durante los últimos días, internet ha estado repleta de tributos a esta especie de Peter Pan. "Nunca pensé que pudiera fallecer. Las leyendas siempre parecen inmortales", ha dejado escrito en un foro un usuario que responde al sobrenombre de Xcalibur. Como con otros fenómenos de la contracultura, el mito del ahora fallecido surgió a raíz de su persecución. De no haber sido detenido, es probable que Joybubbles se hubiera pasado la vida silbando en la oscuridad, para unos cuantos amigos de la Universidad de South Florida, a quienes cobraba un dólar por cada llamada.

En 1969, este protohacker fue pillado por la compañía telefónica Bell --creada por el padre del invento, Graham Bell--, y entonces todo cambió. La prensa publicó su historia y Joybubbles comenzó a recibir llamadas extrañas. Llamadas de niños de Los Angeles que también sabían cómo manipular las líneas, llamadas de otro grupo californiano --formado por invidentes, como él-- que emitían frecuencias a 2.600 hercios por medio de silbatos que regalaban unos cereales muy populares en la época, llamadas de Seattle, de Massachusetts, de Nueva York... Muchos no se conocían entre sí. La prestigiosa revista Esquire, en un extenso reportaje, retrató en 1971 al ahora fallecido como el "catalizador" de este fenómeno, llamado phreaking, una mezcla de las palabras phone (teléfono) y freak (fanático).

Desentrañar el sistema

La diferencia entre la mayor parte de los miembros de esta subcultura y Joybubbles, según su amigo Mark J. Cuccia, consistía en que este "nunca trató de robar a la compañía telefónica o dañar las líneas. Lo único que pretendía, a través de sus asombrosas habilidades, era saber cómo funcionaba el sistema". Todos aquellos que lo conocieron aseguran que no tenía ninguna malicia, que era como un niño superdotado. No es extraño, por tanto, que decidiera volver a la infancia en 1988, eligiera tener 5 años hasta el día de su muerte y fundara la Iglesia de la Eterna Niñez --cuyo nombre lo dice todo--, de la que era pastor.

Ayer, cuando uno llamaba a su número teléfonico, disponible a través de la red, tras seis tonos todavía se disparaba un mensaje que, en la característica voz del pionero de los hackers --aguda y, cómo no, de tono pretendidamente aniñado--, decía esto: "Hola, soy Joybubbles. Puedes dejar un mensaje de hasta ocho minutos. Gracias por llamar y que Dios te bendiga". Por primera vez en décadas, no había nadie que recogiera su tan amado auricular.

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